martes, 8 de febrero de 2011

Don Fernando (Agnes Guldemont)

Don Fernando mira. Mira por la ventana de la casa hacia el jardín, con los ojos abiertos de par en par, con los ojos entornados, con un solo ojo. Lleva un calcetín amarillo y otro blanco. Algo va mal, piensa, y mira los árboles como si no los viera mientras se riza el cabello con la punta del dedo.

El viento sopla sobre la hierba. Príncipes de papel revolotean por el jardín. El viento los hace susurrar. Algo va mal, piensa Don Fernando por enésima vez en este día...

Se ha apoderado de él un sentimiento azul. Transparente. Como el hielo. Como si... como si ahí ya no estuviera algo que antes sí estaba. He perdido algo, piensa Don Fernando.

( ... )

Sus cejas se juntan despacio. Sus manos buscan una forma en el aire... Ahora Don Fernando se siente ligero, como si volara. Vuela por debajo, por arriba, por detrás, por en medio de todas las cosas.

Mientras mira a su alrededor, el sentimiento de ligereza abandona la habitación sin hacer ruido. De repente, ya no hay nada.

(...)

Don Fernando se dirige a toda prisa a la ciudad. Va pisando ramas y nueces que crujen bajo sus zapatos... Hay mucha gente en la ciudad. Todos parecen iguales. Y todas las casas parecen iguales. Y todos los autobuses parecen iguales.

Don Fernando se sienta en una banca del parque. Sus ojos tienen el color del agua. Está cansado, terriblemente cansado. Ahora, sentado en la banca, le da la impresión de que no ha perdido una cosa sino todas. Don Fernando cruza los brazos, abrazándose con cuidado. Estoy hecho de vidrio, piensa. Soy un hombre de vidrio. Siente que el vidrio se puede romper, que se puede partir en cien mil añicos, que jamás volverá a estar completo.

(...)
Se está haciendo tarde y la luz declina. Debería irme a casa, piensa Don Fernando. Pero está cansado. Enrolla su suéter y lo coloca debajo de su cabeza. Se cubre con su abrigo. Sin que Don Fernando lo advierta, las palabras se difuminan en su mente. 


Es una noche agradable. Una noche sin nubes, sin ruido, sin sombras. Todo está oscuro y en paz. Unas lucecitas blancas bailan por encima del estanque. Don Fernando duerme entre los pliegues de la noche.


Cerca del amanecer, Don Fernando tiene un sueño inquietante. Ve una calle interminable llena de casas grises, todas iguales. Sin ventanas ni puertas. Por la calle caminan hombres y mujeres- Con abrigos negros y zapatos negros y caras blancas. Cientos de hombres y mujeres . Don Fernando pasa por delante de ellos. Va y viene. Va y viene. Cuanto más se aleja, menos avanza. Se siente completamente solo.


(...)

Don Fernando se levanta para comprarse algo dulce. Pastelillos de miel, plátano y chispas de chocolate. Busca una banca soleada. Llega un hombre muy viejo y se sienta a su lado. Parece que tuviera cien años. El chocolate, dice el anciano, es uno de los mejores inventos de todos los tiempos. Don Fernando está totalmente de acuerdo.

Aparentemente el anciano sabe mucho acerca de las cosas importantes de la vida. ¿Alguna vez ha perdido usted algo?, le pregunta Don Fernando. Por supuesto, le responde el anciano. No hago más que perder cosas... ¿Y usted? ¿Ha perdido algo? Lo... lo he perdido todo. ¿Todo?, eso puede pasar. Ocurre a veces. Ya lo encontrará. Tiene dos ojos, eso es lo que importa. Todo saldrá bien. Si desea encotrar algo, debe proceder muy despacio. Tan despacio que todo se calme a su alrededor.

(...)

Hoy mismo se pondrá a construir unas cajitas de madera. Sin cristales. Una para el caparazón de un escarabajo azul turquesa, para una veta dorada en una piedra marrón rojizo, una flor que se llama llave del cielo, nueve semillas con forma de alas, una lucecita en una piedra de cristal, una concha de caracol vacía, un príncipe de papel, dos alas transparentes. Y también, en un minúsculo espejo, el brillo del aire...

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